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Me arrojé desde las tierras sin sol cayendo en un mar lleno de cientos y miles de almas audaces como yo, nadando desesperadamente por llegar a la prisión redentora. Sólo uno tenía permitido habitarla y yo resulté victoriosa. Durante meses estuve en mi cálida y húmeda habitación alimentándome de su néctar, creciendo y expandiéndose, para finalmente salir con el grito de libertad cual rugido de un león.
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Crecí con prohibiciones ligadas a mi sexo, pero mi naturaleza salvaje siempre luchó contra la corriente, en mi creció la semilla de la censura, me invadió e infecto, más no me derrotó. Cada noche al regresar a la ensoñación estabas ahí, te escondiste en la vigilia donde no te he podido encontrar, anhelaba ser sólo tuya pero la lujuria me arrojó a la delicia de mis placeres.
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Tu, la mitad perdida, creí encontrarte en aquel que en silencio me amó, al cuál en secreto correspondí. Artropos también de él se enamoró y llevándolo a su reino de su vida me privó. Oh, efímero placer, eres adictivo cuando el corazón está destruido, el hambre, la voracidad me dominaron, quería más y no podía saciarme, el regustillo de la frustración y la vergüenza eran aderezadas con el llanto de no encontrarte y de aquélla trágica pérdida.
IV
Estar muerta en vida, caminar como un fantasma entre la multitud sin ser notada, ir errante sin saber si realmente existo, si su abrazo no es una ilusión o si estoy encadenada a un sueño. Cuán grande es el sufrimiento que he encontrado, cuando el silencio es tan inmenso, cuando la soledad abrumadora es la única amante fiel, tan fría como la caricia de la muerte ¿Dónde quedó mi redención?