Pensé que se trataba de un cliente normal, pero me equivoqué. Cómo no me di cuenta. Un cliente sólo dispone de tu cuerpo, se sacia, te deja el dinero y se va. Marcos no era así. Con él tuve una conexión emocional al inicio, al menos eso me hizo creer. El primer día que entró al club no dejaba de verme. Naturalmente los clientes pasan los ojos por el cuerpo de todas y una vez que alguien les excita se lanzan por ella. Para Marcos no. Él entró y de inmediato, de manera espontánea, me puso los ojos encima. Casi que pareció amor a primera vista. Me gustó que no me quitara los ojos. Me gustó haber sido la primera y la única a la que miró esa noche. Me gustó y lo supe demostrar. Apenas entró, me miró y se dirigió hacia mí. Yo estaba en la barra. Me saludó con cortesía. —Hola, cómo te llamas, luces muy sexy— me dijo. A mí me gustan los hombres decididos, que saben lo que quieren y no piden permiso. Así acabé aquí. Por culpa de un hombre muy decidido. El “Vic” me hablaba bonito, con seguridad. Me llevó a la cama la primera cita y ahora me tiene de su puta a 600 pesos la hora, en su club. —Me llamo Rubí— le contesté. —Nunca te había visto— le dije. Soy nuevo, soy carne fresca para el lugar -me dijo, mientras soltaba una sonrisa. Tiene los labios delgados y una nariz fina, algo afilada, sus ojos son de color miel. Su voz es gruesa, como la de “Vic”. Recuerdo cómo en nuestra primera cita “el Vic” se me lanzaba al cuello para besarme y susurrarme al oído cosas sexosas. En realidad, me gustaba que lo hiciera. Marcos parecía la copia del “Vic”, por sus modos, muy galante. Me tomó por la cintura, se acercó a mi oreja y me dijo que quería invitarme unos tragos y sentarse a platicar conmigo. Traté de alejarlo un poco, pero él insistió —La música está muy fuerte— me dijo —Sí ¿a poco te molesta?— le pregunté —No, para nada, de hecho es el pretexto ideal para estar más juntos— me dijo. Me tomó del brazo y me llevó a una mesita. Primero bebimos anís, seguimos con unos caballitos de tequila y terminamos con vodka. Vaya combinación. No me importó. La plática estaba buena. Era un hombre interesante, no como “Vic”. —¿A qué te dedicas?— le pregunté. —Soy médico— contestó. —¡Ah! ¿y qué hace un médico aquí?— le cuestioné —Cumplir con un encarguito –me dijo, mientras trataba de evitar la risa. —¿De qué te ríes?— le pregunté. […], no contestó. —Oye, de seguro tienes a muchas chavitas contigo— le dije —Sí, pero me aburren, yo busco intensidad— contestó —conmigo la tendrás— le sugerí —Claro que sí, ya estoy listo— aseguró —¿A qué te refieres?— le pregunté —Traigo unos juguetitos en el coche— me dijo, con una ligera sonrisa. —Pues tenemos que probarlos— repuse. Mientras caminábamos hacia su coche, le comenté que cuando era niña quería estudiar medicina. Pareció interesarse; sin embargo, tan pronto como llegamos a su coche me enseñó todo lo que traía: esposas, máscaras, un fuete, lubricantes, etc. La verdad es que nunca me había tocado un cliente así. Si acaso “el Vic” que en nuestra primera cita llevaba unos condones. —Sabes— le dije en tono solemne —me recuerdas mucho al hombre que me trajo aquí— levantó una ceja —En serio, ¿y cómo era?— me preguntó. —Es, para mi mala suerte, aún lo es— le confesé. Suspendimos la plática. Pasamos al cuarto, nos quitamos la ropa y lo hicimos. Fue intenso. Me amarró. Me azotó y me sujetó del cuello y no sé si era el alcohol o si en realidad pasó, pero recuerdo que mientras me la hacía y me sujetaba del cuello, Marcos decía que no iba a permitir que me escapara. Terminamos. Me pagó y me prometió que el siguiente viernes volvería.

Aunque se parece a “Vic”, Marcos es diferente. Ojalá que no resulte ser otro maníaco del sexo. No lo creía. Con él había podido compartir algo más allá de mi cuerpo. La había pasado muy bien. Casi que estaba enamorándome, pero en este oficio el amor está prohibido. Quién se iba a fijar en mí, una simple ramera. Durante días me repetí que mi objetivo era juntar más dinero, el suficiente como para escapar y mantener por un rato a mi amá y a mijo. “El Vic” me la tenía cantada desde hace unos meses, que si me intentaba escapar otra vez, me mataría y también a mi familia. Le dije que no sería capaz de matar a su propio hijo, pero no me hizo caso y me dio un puñetazo en la cara. Ojalá y Marcos no sea otro de esos padrotes.

Cómo no me di cuenta. Había llegado el viernes. Marcos me sacó del club cuando se supone que está prohibido para nosotras salir en horas de trabajo. Me llevó en su coche. Fuimos a su casa. Lo hicimos, esta vez sin juguetes. Casi no platicamos. Recuerdo que esa noche Marcos me preguntó con insistencia si no pensaba en escapar. Se lo confesé. Le dije que lo intenté en dos ocasiones. La primera vez “El Vic” me detuvo en la calle. Aquella vez Víctor me tomó del brazo y me lo torció con fuerza. Me regresó al club y me golpeó tan fuerte que hasta la nariz me rompió. También le conté de la segunda vez que lo intenté. Le dije que había pasado apenas dos meses de eso. Le dije que en aquella ocasión Víctor me dio un cachazo con la culata de su pistola y que me había amenazado con matar a mi amá y a mijo. Cómo no me di cuenta. Marcos me abrazó ¿qué cliente hace eso? me pregunté. Por un momento me sentí amada. Le confesé que me había enamorado de él. Que me quería escapar con él. Marcos asintió con la cabeza. —Escaparemos, claro que escaparemos— me dijo, con cierta ironía.

Por aquellos días “el Vic” andaba muy raro conmigo. En una de tantas me mandó llamar. —¿Cómo has estado?— me preguntó molesto “El Vic” —Ya me enteré que eres el juguetito del doctorcito— me dijo riendo —Está bien, siguió, es un muy buen cliente, cuídalo porque consume bastante— hizo una pausa —Cuídalo o me las pagarás— me dijo en tono moderado. Salí de su oficina y comencé a llorar. Pensé en mijo, ¡Ay, mijo!, sólo por él me había detenido. Sólo por ti me la estoy jugando. Tengo a Marcos de mi lado. Juntos lo lograremos. Pasaron los días y Marcos no aparecía. Victor se dio cuenta de mi plan y me cacheteó. Me puso una pistola en la frente. Lloré. Le pedí perdón. Imploré piedad —No te preocupes, no te mataré— me dijo —Gracias, muchas gracias— contesté entre sollozos —Sólo te mataría si en realidad fueras a escapar— me dijo, mientras introducía la boca de su pistola en mi boca —¡Gime puta, gime!— comenzó a gritarme. Me soltó un puñetazo en mi estómago. Me tiró al piso. Me pateó —¡Cállate!— me gritaba —¡Te voy a matar! ¡te voy a matar, perra!— me seguía gritando. Me apuntó con la pistola en el estómago y luego en la vagina, mientras se reía —Si lo intentas de nuevo— me dijo, en tono amenazante —te juro, te juro que mataré a la puta de tu madre y a tu sucio hijo—.

Cómo no me di cuenta. Dos semanas después, apareció Marcos. Apenas me había recuperado de los golpes de Víctor. Lo saludé de lejos. No me vio. Me pareció que esa noche Marcos y Víctor se saludaran. En estos últimos meses, desde que Marcos era cliente nunca se habían encontrado. Me pareció muy extraño.

Por fin, Marcos y yo nos pudimos reunir. Le dije que no podía soportar más a Víctor. Él me sonreía. No entendí por qué. Le propuse escapar el siguiente fin de semana. Marcos accedió. Víctor estaba serio conmigo, pero no me dijo nada.

Estaba preparando mi escape. Mi hijo y mi amá estaban listos. Había hecho una pequeña maleta con nuestros papeles, algo de ropa y algo de dinero. Sonó el timbre. Estaba segura de que se trataba de Marcos. Alcé el interfón. Al otro lado estaba Marcos —quiero subir— me dijo. Apreté el botón. Luego de unos segundos golpearon la puerta con cierta insistencia. «Es Marcos» me dije. No miré por la mirilla. Cuánto me arrepiento. Abrí. Era Marcos y a su derecha estaba Víctor —Te dije que no iba a permitir su escape— dijo Marcos. Víctor me apuntó con su pistola. Ahora estoy de frente a la boca de la pistola, mientras Víctor coloca su dedo índice en el gatillo.

Autor: David Alvarado Vilchis

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